PARTE 1: El Frío que Congeló mi Destino
CAPÍTULO 1: El Vestido Roto y el Frío de la Traición
El golpe contra el asfalto no solo me sacó el aire, sino también la última pizca de dignidad. Sentí el alma saliendo por la boca mientras mi cuerpo rodaba sobre la gravilla. El aire era gélido, cortante, de esos que te anuncian que estás en la sierra, muy lejos de la civilización y, sobre todo, muy lejos de la calidez de la vida que creías merecer.
El vestido de novia era una reliquia de familia, comprado por mis padres para mantener la ilusión de la riqueza que ya no existía. En un instante, pasó de ser un símbolo de amor eterno a una bandera blanca de rendición, desgarrado y manchado de la tierra que me había recibido.
Ricardo me había empujado. Sí, él, el hombre con el que había compartido mi vida por dos años, el que me consoló cuando perdí a mis padres en un accidente hace seis meses.
—¡Espera, Ricardo, por favor! —grité, intentando levantarme. Mis rodillas raspadas ardían.
Pero el Bentley ya era solo un punto negro fugaz en la oscuridad. A través de la ventana trasera, la silueta de Doña Elena era una mancha de maldad pura. Nunca me quiso. Siempre pensó que mi origen social era cuestionable, aunque jamás lo dijo en voz alta. Ahora, con la verdad de nuestras deudas al descubierto, su desprecio se sentía justificado, glorioso.
“Ahí te quedas, cazafortunas”. La frase de Doña Elena, pronunciada en el coche momentos antes, se repetía en mi mente. Me quemaba más que la herida abierta en la palma de mi mano.
Me quedé en pie, tambaleándome. Era la Nochebuena más solitaria y cruel que podía imaginar. No había luna, solo una espesa capa de nubes que prometía más tormenta. Los copos de nieve caían con rabia. En el centro de México, la nieve no era común, pero esta zona de la sierra era conocida por sus inviernos despiadados.
Estaba atrapada en una pesadilla mexicana. Sin celular. Sin dinero. Solo mis perlas y un anillo de compromiso que ahora me parecía una cadena, no una promesa.
El pánico se instaló en mi pecho como un bloque de hielo.
Mis padres, Dios los tenga en su gloria, me habían dejado con una herencia inesperada: una montaña de deudas bancarias y una fachada social brillante. Ellos vivieron creyendo que las apariencias lo son todo. Yo, su hija, Natasha Robles, era el producto final de esa fachada, una prometida perfecta para el ambicioso Ricardo Guzmán.
Le di la noticia anoche, con el corazón en la mano. Le conté que la casa debía venderse, que estábamos en bancarrota técnica. Yo esperaba que me abrazara. Que me dijera: “Tasha, juntos lo resolvemos, el amor es más fuerte”.
En cambio, solo obtuve el silencio. Y luego, el complot.
Doña Elena lo había orquestado todo en la mañana. Fue ella quien investigó, quien confirmó que la fortuna de los Robles era un castillo de naipes. Fue ella quien convenció a su hijo de que yo era una “tramposa”. Y él, el cobarde, se dejó manipular.
Me habían arrojado a la intemperie no por lo que hice, sino por lo que no tenía.
“Tienes que moverte, Tasha. Si te detienes, mueres”. Mi instinto de supervivencia, ese que mi madre me enseñó cuando éramos niñas y nos enfrentábamos a los miedo, gritó.
Empecé a caminar con mis tacones de satín, ahora inservibles. El bosque era denso, oscuro. Escuché el crujir de ramas, el ulular del viento. La carretera parecía infinita, cada metro una eternidad.
El cansancio era un peso tangible. Mis tobillos clamaban piedad, pero me obligué a seguir. Lo más doloroso no era el frío, era la humillación. Sentir que toda mi vida había sido una mentira, un espejismo para un hombre que solo valoraba el saldo bancario.
¿Cómo pude ser tan estúpida?
Me aferré a la rabia. La rabia era cálida. La rabia era el único combustible que quedaba. No moriría aquí. No les daría la satisfacción de decir: “La pobre Tasha se volvió loca y se fugó”. Sobreviviría. Y cuando lo hiciera, encontraría una forma de sanar.
El camino, en subida constante, me llevó al límite de mis fuerzas. Mis ojos se nublaron con lágrimas y agotamiento. Me detuve, sin aliento, apoyada contra un árbol. Estaba temblando incontrolablemente. Mi mente comenzó a jugarme malas pasadas, a confundir las sombras de los pinos con siluetas humanas.
Estaba lista para colapsar. La idea del calor eterno, de un reencuentro con mis padres, sonaba extrañamente atractiva. Me dejé caer un poco más, deslizando mi espalda por el tronco frío.
Y justo cuando la oscuridad se preparaba para reclamarme, un destello. Una luz, no fantasmal, sino eléctrica y potente, se filtró a través de la neblina invernal. No era un farol. Era un resplandor de vida.
CAPÍTULO 2: La Princesa y el Guardián de Los Fresnos
El hallazgo de la luz me dio un último, desesperado estallido de energía. Me obligué a arrastrarme hacia la fuente del brillo. Si era un espejismo, moriría intentándolo. Pero si era real…
El bosque se abrió, revelando un contraste tan dramático que me pareció una ilusión óptica: un muro de piedra volcánica de más de tres metros de altura, coronado con herrería majestuosa. Era el muro perimetral de algo grandioso. La Hacienda Los Fresnos.
Era un complejo, un verdadero rancho de la alta sociedad mexicana, más grande y opulento que cualquier cosa que yo hubiera fingido tener. Tras el muro, el edificio principal era una obra maestra colonial, encendida con cientos de luces amarillas que prometían calidez y seguridad. Parecía sacada de una revista de arquitectura, un refugio inexpugnable.
Llegué a las rejas. Hierro forjado, frío como la traición, pero con un diseño elegante que gritaba fortuna real, no deuda.
Mis manos ensangrentadas se aferraron a los barrotes.
—¡Auxilio! —El grito salió como un graznido patético. No tenía fuerza.
Mis piernas ya no me sostenían. Me desplomé sobre el césped congelado, mi vestido blanco como una mancha sucia en la nieve. La reja era mi único ancla.
Cerré los ojos, aceptando mi destino. Sentí el suave cosquilleo de la nieve cubriéndome. Paz. Por fin, paz.
“Papi, papi, hay una princesa en la reja.”
La voz. No era un aullido, ni el sonido de mi propia desesperación. Era una voz infantil, clara, llena de asombro.
—¡Una princesa! ¡Pero está triste, Papi!
Escuché pasos rápidos en la nieve. Luego, otros más pesados. Y de repente, la sensación de un calor ajeno a mí. Alguien me estaba tocando.
—Señorita, ¿puede oírme? Soy Alejandro Castellanos, el dueño de esta propiedad. La vamos a ayudar.
Intenté hablar. Abrí mis ojos pesados. Encima de mí, un rostro. Pelo oscuro revuelto, ojos café que no reflejaban juicio, solo una preocupación intensa. Suéter de lana color verde bosque, jeans. Un hombre que se veía como si acabara de ser arrancado de la chimenea.
—Regina, ve a la casa. Dile a Doña Chelo que venga con mantas, ¡rápido!
Vi a la niña. Era un sol. Rubia de rizos dorados, ojos enormes llenos de curiosidad, vestida con una pijama de renos roja. Corrió.
Sentí que los fuertes brazos de Alejandro me levantaban. El frío se hizo más soportable.
—Resiste, ya casi llegamos.
A medio camino, sentí que la conciencia me abandonaba de nuevo. Solo escuché el murmullo de Alejandro, calmado, firme.
—Vas a estar bien. Tranquila. Es Navidad, y la Navidad es para milagros.
Y con esa última palabra, me sumergí en una negrura profunda, pero, curiosamente, ya sin frío.
El primer despertar fue a un mundo de suavidad y aroma a canela. Estaba caliente. Absurdamente caliente. El contraste con la carretera era casi doloroso.
Intenté abrir los ojos, me costó un esfuerzo tremendo. Mi cuerpo era una masa pesada y dolorida.
—¿Ya despertó? —La vocecita, la de la niña, Regina, era un rayo de sol.
—Dale espacio, Regina. Doña Chelo dice que necesita descansar.
La voz profunda, masculina, la de Alejandro.
Logré entreabrir los ojos. El enfoque fue lento. Estaba en un dormitorio elegante, pero acogedor. Tonos crema y azul. Muebles de madera fina. Una cama enorme con sábanas gruesas.
Llevaba puesta una camisa de dormir de seda, que no era mía. Mis manos estaban vendadas.
Regina estaba al pie de la cama, saltando levemente, sus rizos atados en dos coletas. Llevaba una pijama de reno.
A su lado, Alejandro Castellanos. Alto, delgado, unos treinta y tantos años. Sus ojos cafés reflejaban cautela, pero el alivio suavizó su expresión. Su mano descansaba protectoramente sobre el hombro de la niña.
—Estás despierta —dijo Alex, su expresión se relajó por completo. —Nos tenías muy preocupados. Soy Alejandro Castellanos y ella es mi hija, Regina. Te desmayaste en la reja.
Los recuerdos regresaron como un golpe: Ricardo, la nieve, la caminata desesperada, la reja, la traición. Intenté sentarme, pero el dolor me recorrió las palmas y las rodillas.
—Cuidado —dijo Alex, acercándose. —Tienes cortes y moretones. Nada serio, según Doña Chelo, nuestra ama de llaves. Pero tuviste hipotermia leve. Una hora más en el frío…
No terminó. No hacía falta.
—¡Yo te encontré! —anunció Regina, orgullosa. —Estaba mirando por la ventana a ver si veía el trineo de Santa y te vi en la reja. Parecías una princesa de mis cuentos, pero muy triste. Papi te cargó hasta la casa.
—Regina, despacio —la reprendió Alex suavemente.
—Estoy bien —susurré, mi garganta áspera. —Gracias, a los dos. No sé qué hubiera pasado si…
—No pienses en eso ahora —dijo Alex. Se acercó y se sentó en una silla, manteniendo una distancia respetuosa. —Me puedes decir tu nombre. ¿Tienes familia a quien debamos llamar?
—Soy Natasha. Natasha Robles. Y no, no tengo a quién llamar.
—¿Y la boda? —preguntó Regina, señalando una mampara.
Me giré. Mi vestido estaba colgado sobre la mampara. Limpio, sí, pero aún rasgado y manchado. Doña Chelo había intentado salvarlo.
—Doña Chelo dijo que algunas cosas no se pueden arreglar. ¿Eres una novia fugitiva, como en las películas?
—Regina… —La voz de Alex fue un reproche.
—Está bien —dije. Miré a la niña, y sentí que algo se rompía. Había mantenido la compostura por instinto de supervivencia. Ahora, segura y caliente, la realidad me aplastó. Las lágrimas cayeron por mis mejillas.
—Lo siento —dije, tratando de secarlas con el dorso de la mano vendada. —No debería estar llorando. Han sido tan amables y yo solo…
—No tienes que disculparte —dijo Alex en voz baja. —Lo que te pasó fue traumático. Estás a salvo aquí. Eso es lo único que importa ahora.
Regina se subió al borde de la cama, ignorando la mirada de advertencia de su padre.
—No estés triste. Papi dice que la Nochebuena es mágica, y la magia hace que las cosas malas se vuelvan buenas. Quizás tu historia también tendrá un final feliz.
A pesar de todo, una pequeña sonrisa se dibujó en mis labios. Quizás.
—¿Necesitas algo? ¿Comida? ¿Agua? ¿Llamamos a un médico? —preguntó Alex.
—Agua, por favor —admití.
Alex se levantó y me sirvió agua. Me ayudó con cuidado a incorporarme. El agua estaba fresca y perfecta. Bebí profundamente.
—Gracias —dije al terminar. Lo miré directamente. Sus ojos eran amables, preocupados, pero no invasivos. —Debe pensar que estoy loca, apareciendo en su reja, de novia, en Nochebuena.
—Pienso que eres alguien que necesitaba ayuda —respondió Alex con sencillez. —El resto es asunto tuyo, a menos que quieras compartirlo.
—Mi ex prometido y su madre me tiraron en una carretera aislada —las palabras salieron con una facilidad sorprendente. —Descubrieron que no tenía dinero y decidieron que no valía la pena. Me quitaron todo. Caminé hasta encontrar su reja.
Los ojos de Regina se abrieron como platos.
—¡Qué malos! Como la madrastra de Cenicienta y las hermanastras.
La mandíbula de Alex se tensó. —Te dejaron tirada en la carretera con este clima.
Asentí. —Supongo que pensaron que me lo merecía. Creen que mentí sobre tener dinero, que intenté atrapar a Ricardo. Pero nunca mentí. Yo misma no supe la verdad hasta ayer.
—Incluso si hubieras mentido, que no lo creo ni por un segundo, nadie merece ser abandonado así —dijo Alex, con voz dura. —Eso no es solo cruel, es criminal.
—No quiero presentar cargos —dije rápidamente. —Solo quiero olvidar que pasó.
—Es tu elección —dijo Alex, suavizando el tono. —Pero al menos deberíamos reportarlo. Lo que hicieron fue un intento de homicidio imprudencial, como mínimo.
Negué con la cabeza. —Por favor. Solo quiero seguir adelante. Mañana encontraré cómo volver a la ciudad. Tengo amigos. Si me permite quedarme esta noche, me iré por la mañana.
—¡Es Nochebuena! —exclamó Regina, horrorizada. —No te puedes ir en Nochebuena. Santa no sabrá dónde encontrarte, y estarás sola, y eso es lo más triste de todo.
Alex sonrió levemente ante la preocupación dramática de su hija, pero su expresión fue seria cuando me miró.
—Regina tiene razón. No sobre Santa, necesariamente, sino sobre estar sola en Navidad. Pasaste por un trauma. No deberías irte a toda prisa. Quédate durante las fiestas. Descansa. Tenemos mucho espacio.
—No puedo abusar así —protesté. —Ya han hecho demasiado.
—No estás abusando, Tasha —dijo Alex con firmeza. —Estás aceptando ayuda cuando la necesitas. Hay una diferencia. Además, Regina nunca me perdonaría si te envío lejos en Nochebuena.
—¡Nunca, jamás! —confirmó Regina con solemnidad.
Sentí nuevas lágrimas. —No sé qué decir. Ni siquiera me conoce.
—Sé que necesitabas ayuda, y tengo los medios para brindarla —dijo Alex con sencillez. —Eso es suficiente por ahora. ¿Tienes hambre? Doña Chelo hace una sopa increíble.
Como si la hubieran invocado, la puerta se abrió y Doña Chelo, una mujer de unos sesenta años, entró con una bandeja. Tenía ojos bondadosos y se movía con una eficiencia tranquila, muy mexicana.
—Escuché voces. Qué bueno, ya despertó. Soy Chelo. Le traje caldo de pollo y pan. Comida ligera hasta que el estómago se le asiente.
El caldo olía espectacular. Tasha comió mientras Regina charlaba sobre los planes de Navidad. Alex observaba a su hija con afecto, pero sus ojos regresaban a mí con una expresión reflexiva.
El agotamiento me golpeó.
—Descansa —dijo Alex suavemente, llevando a Regina hacia la puerta. —Veremos cómo sigues más tarde. Hay un timbre en el buró si necesitas algo.
—Espera —llamé cuando llegaron a la puerta. —¿Por qué me está ayudando? No sabe nada de mí.
Alex se detuvo, mirándome.
—Porque es lo correcto. Porque nadie debería estar solo y herido en Nochebuena. Porque mi hija tiene un buen corazón, y quiero enseñarle que la bondad es importante. Escoge la razón que más te guste.
Sonrió apenas un poco. Luego se fueron.
Me recosté contra las almohadas, mirando al techo. Hace horas, estaba segura de que mi vida había terminado. Ahora estaba caliente y segura en la casa de un extraño. Quizás Regina tenía razón. Quizás la Nochebuena era mágica. Cerré los ojos y dejé que el sueño me llevara. Y por primera vez en días, no soñé con Ricardo ni con la boda. Soñé con una niña de rizos dorados y un hombre de ojos café bondadosos.
PARTE 2: La Reconstrucción de la Fortuna
CAPÍTULO 3: Debts and Betrayals (La Revelación)
La mañana de Navidad me encontró despierta. El sol pálido entraba por los ventanales, reflejándose en la nieve recién caída. La hacienda, a la luz del día, era aún más imponente. Los Fresnos era un lugar de historia y verdadero lujo, no la riqueza superficial que mis padres habían intentado simular.
Me levanté con cuidado. Alguien había cambiado mis vendajes mientras dormía. En una silla encontré ropa doblada. Un suéter de lana azul suave, unos jeans que parecían de mi talla, calcetines de lana. Una nota simple con caligrafía elegante. “Son de mi hermana. No le importará. El baño está a la izquierda. Baja cuando estés lista. N.”
Me duché, sintiendo el agua caliente aliviar mis músculos adoloridos. Me vestí. La ropa me quedaba bien, y me sentí, por primera vez en meses, simplemente viva.
Seguí el sonido de las voces hacia abajo. El recibidor estaba decorado con guirnaldas y cuadros que parecían originales de arte sacro mexicano.
Llegué a una sala de estar dominada por un árbol de Navidad gigantesco, cargado de luces. Regina estaba sentada en el suelo, rodeada de regalos abiertos. Llevaba un vestido verde brillante y zapatos de brillos.
—¡Despertaste! ¡Feliz Navidad! Mira lo que me trajo Santa —chilló Regina, levantando un set de arte. —Papi dijo que teníamos que esperar para abrir los demás hasta que tú despertaras.
Alex estaba junto al árbol, con jeans y un suéter rojo. Sonrió al verme.
—Feliz Navidad, Tasha. ¿Cómo te sientes?
—Mejor —dije honestamente. —La ropa me queda perfecta. Gracias.
—Mi hermana tiene tu altura. Vive en California, pero deja cosas aquí para cuando viene —explicó Alex. —Ven, siéntate. ¿Ya comiste? Doña Chelo hizo un desayuno que te levantará el ánimo.
—No quiero interrumpir la mañana de Navidad —protesté, pero Regina ya me estaba jalando hacia el sofá.
—No interrumpes. ¡Eres parte de esto! Papi, dile que tiene que desayunar.
Alex sonrió. —Ya escuchaste a la jefa. Doña Chelo apareció con un plato cargado. Huevos revueltos, pan tostado, fruta fresca, y algo que olía a canela. Comí con gratitud.
Después del desayuno, Regina insistió en construir un castillo con sus bloques nuevos. Alex la ayudó mientras yo observaba. La escena era tan cálida que olvidé cómo había llegado allí.
—¿Puede ayudar Tasha también? —preguntó Regina.
—Si quiere —dijo Alex. —Pero recuerda, sus manos todavía se están curando.
—Puedo supervisar —ofrecí. —Soy genial en eso.
Regina rió y me hizo un espacio a su lado. Me senté con cuidado en el suelo. Mientras jugábamos, Regina me bombardeó con preguntas con la naturalidad de un niño.
—¿Tienes hijos? ¿Estás casada? ¿Cuál es tu color favorito?
—Regina, ya son muchas preguntas —dijo Alex suavemente.
—Está bien —respondí. —No estoy casada, no tengo hijos. Vivía con mis padres, pero fallecieron hace seis meses. Y mi color favorito es el morado.
—Ese es color de princesa —dijo Regina, aprobando. —Lamento lo de tus papás. Debe ser muy triste.
—Lo es —admití. —Pero hablar de ellos ayuda.
—Mi mamá murió cuando yo tenía tres años —dijo Regina con una expresión solemne. —No la recuerdo mucho, solo pedacitos. Pero Papi me cuenta historias. Era hermosa y amable.
—La tuya era Elizabeth —dijo Alex, con un tono de voz lleno de dolor contenido.
Sentí un nudo en la garganta. Construimos en silencio. Luego, Alex se sentó en un sillón a leer en su tableta, pero me miraba a mí y a su hija con frecuencia.
—¿Cuánto tiempo llevas viviendo aquí? —pregunté.
—Cinco años —respondió Alex. —Heredé la hacienda de mi abuelo. Era demasiado grande al principio. Pero Regina era un bebé, y después de que mi esposa murió, necesité un lugar tranquilo.
—Es una casa hermosa —dije sinceramente.
—Puede ser solitaria —admitió Alex. —Regina está en el kínder. Yo trabajo desde casa. Tenemos personal, pero no es lo mismo que tener familia.
La tarde se convirtió en noche. Vimos una película de Navidad y Regina se acurrucó a mi lado. Al terminar, Doña Chelo nos llamó a cenar.
—Gracias por esto —dije en un momento de calma, admirando la mesa perfectamente puesta. —Por todo. Sé que soy una extraña, pero esta es la cosa más amable que alguien ha hecho por mí en mucho tiempo.
—Ya no eres una extraña —anunció Regina. —Eres nuestra amiga. ¿Verdad, Papi?
—Verdad —confirmó Alex, encontrando mi mirada. —Y los amigos se ayudan. Así que no más gracias. Simplemente disfruta.
Después de la cena, Regina se quedó dormida. Alex la cargó y la subió a su cama. Cuando regresó, me senté frente a él.
—¿Puedo preguntar qué pasó exactamente con tu prometido? —preguntó con cautela.
Tomé aire. Le conté la historia completa. Los dos años de relación. La fachada de mis padres. El descubrimiento de la bancarrota. La confrontación. El silencio de Ricardo. El complot de Doña Elena. La traición. El abandono.
—Es horrible —dijo Alex, su voz firme y dura. —Es algo más que horrible. Es cruel y criminal.
—Lo sé lógicamente —admití. —Pero duele. Me siento estúpida por no haber visto la verdad antes.
—No eres estúpida. Eres humana. Todos queremos creer lo mejor de las personas que amamos. Diste una oportunidad al amor, él no estuvo a la altura de tu valor.
Regina se removió arriba. Alex se puso de pie, listo para ir a verla.
—Tasha, por favor, quédate el tiempo que necesites. Unos días, una semana. Lo que te ayude a recuperarte. Lo digo en serio.
—No puedo quedarme tanto —protesté. —Ya es demasiado.
—No has impuesto nada —dijo Alex. —Piénsalo. Necesitas tiempo para sanar.
Me quedé mirando el fuego después de que él se fue. 24 horas antes, estaba al borde de la muerte. Ahora, sentía que mi vida estaba comenzando de nuevo. Alex no me conocía, pero me había dado un refugio.
Cuando regresó, le dije: —Me quedaré unos días más. Necesito planear qué sigue. Pero prometo que me iré pronto.
—Tómate todo el tiempo que necesites —dijo Alex. —Y no estorbas. Regina te adora, y honestamente, es agradable tener a otro adulto aquí. La casa se siente menos vacía.
Hablamos hasta tarde. Alex me contó sobre su trabajo en inversión tecnológica. Sobre cómo construyó la empresa. Sobre la muerte repentina de Elizabeth y lo difícil que fue ser padre soltero. Yo le hablé de mis estudios de historia del arte, de mi trabajo en la galería. De la soledad de los últimos meses.
Cuando nos despedimos, sentí una pequeña chispa. Una promesa de que, quizás, no todo estaba perdido.
CAPÍTULO 4: La Arquitecta de Sueños (El Empleo Inesperado)
Tres días después de Navidad, la calma de Los Fresnos se había vuelto mi medicina. La hacienda funcionaba con una rutina suave y constante. Mañanas de puzzles con Regina. Tarde de pláticas con Alex cuando salía de su oficina. Noches tranquilas en la sala.
Ya había hablado con mi mejor amiga, Jennifer Torres. Ella estaba furiosa por la historia. Le había prometido que no llamaría a la policía, pero Jennifer le había contado a mis amigos la verdad sobre la traición de Ricardo. La venganza social ya estaba en marcha.
Jennifer vendría mañana con mi ropa. Alex se había ofrecido a llevarme.
Estaba en la biblioteca, un lugar impresionante lleno de libros antiguos. Alex entró, buscando un descanso de sus finanzas trimestrales.
—Disculpa la interrupción. Necesito un respiro de las hojas de cálculo —dijo Alex, sonriendo. —¿Te molesta si me escondo un rato?
—Es tu biblioteca —respondí, devolviéndole la sonrisa. —¿Qué hace exactamente tu empresa?
—Capital de inversión para startups de tecnología. Buscamos empresas jóvenes prometedoras y les proporcionamos fondos y tutoría.
—Suena emocionante.
—Lo es. Aunque, sinceramente, desde que murió Elizabeth, me he retirado un poco de los viajes. Regina necesita estabilidad.
—Ella tiene suerte de tenerte.
Alex me miró fijamente. —¿Puedo preguntarte algo? Es personal.
—Claro.
—¿Qué vas a hacer cuando te vayas de aquí? ¿Tienes planes?
Me reí, pero el sonido era hueco. —No realmente. Tengo que buscar trabajo. Mi antiguo puesto en la galería ya está ocupado. Me quedaré temporalmente en el sofá de Jennifer hasta que pueda pagar mi propio lugar. Lo resolveré. Eventualmente.
—¿Y si no tuvieras que irte? —preguntó Alex.
—¿Qué? —Parpadeé.
Alex se inclinó. —Escúchame. Regina tiene tutores para varias materias: arte, música, idiomas. Pero le vendría bien alguien aquí a tiempo completo. Alguien que coordinara su educación y actividades. Una compañera consistente.
—¿Me está ofreciendo un trabajo? —pregunté, sintiendo un vuelco en el estómago.
—Te estoy ofreciendo una oportunidad —corrigió Alex. —Estudiaste historia del arte. Eres paciente con Regina. Y ella ya te adora. Tú necesitas estabilidad y tiempo para planear. Esto nos daría ambas cosas.
—Alex, no puedo aceptar caridad.
—No es caridad. Es empleo. Trabajarías, ganarías un sueldo generoso. Vivirías en la Casa de Huéspedes aquí en la propiedad, completamente separada. Tendrías tu espacio y privacidad.
Mi mente iba a mil por hora. —No tengo experiencia formal en enseñanza.
—No la necesitas. Necesitas ser amable, comprometida y dispuesta a aprender. Lo demás lo podemos resolver juntos.
—¿Por qué haría esto por mí? Apenas me conoce.
—Sé lo suficiente —dijo Alex, con esa sencillez desarmanente. —Sé que eres amable. Sé que eres fuerte. Sé que haces sonreír a mi hija. Eso es más que suficiente para mí. La pregunta es: ¿Estás dispuesta a arriesgarte con nosotros?
Me quedé sin palabras. Un trabajo real. Un lugar para vivir. Tiempo para sanar sin la presión de la supervivencia inmediata.
—¿Y si no funciona? ¿Si soy terrible? —pregunté.
—Entonces nos ajustamos —dijo Alex con calma. —Nada es permanente. Pero tengo el presentimiento de que esto podría ser bueno para todos. Piénsalo.
Antes de que pudiera responder, la puerta principal se abrió y la voz de Regina resonó.
—¡Papi! ¡Tasha! ¡Ya llegamos!
Regina apareció en la biblioteca, con nieve todavía pegada a su abrigo. —¿Adivina qué? La señora Patterson dijo que puedo invitar a mi amiga Sofía la próxima semana, ¡y vamos a hacer galletas! ¿Puede ayudarnos Tasha, por favor?
—Ya veremos —dijo Alex, pero sus ojos estaban fijos en mí.
Regina notó la atmósfera seria. —¿Qué pasa? ¿Por qué se ven raros?
—No pasa nada —dije, tomando una decisión. Miré a Alex. —Sí.
—¿Sí a qué? —preguntó Regina, confundida.
—Sí a ayudarte con las galletas —dije. —Y sí a quedarme aquí un tiempo más. Tu papá me acaba de ofrecer un trabajo.
El rostro de Regina se iluminó. —¡¿De verdad?! ¡¿Te quedas?!
—De verdad —confirmé.
Regina se lanzó a abrazarme. —¡Este es el mejor día de mi vida!
Alex sonrió. Sentí una calidez familiar expandiéndose en mi pecho. Esto se sentía correcto.
Esa noche, planificamos la logística. Yo me reuniría con los tutores para entender el currículo. Coordinaría horarios, ayudaría con tareas y planearía actividades educativas. A cambio, un salario generoso y la Casa de Huéspedes —una pequeña cabaña de piedra con chimenea, justo al borde de los jardines.
—Necesitamos arreglar la Cabaña —dijo Doña Chelo con practicidad. —Está cerrada. Mañana le diré a Tomás que encienda la calefacción.
—Yo puedo ayudar —ofrecí.
—Usted no hará nada —dijo Doña Chelo con firmeza. —Sus manos siguen curándose. Déjenos a nosotros.
Al día siguiente, Jennifer llegó con mis maletas. Abrazó a Alex con curiosidad, lanzándome miradas.
—No bromeaste con el lugar. ¡Es masivo! —dijo Jennifer.
—Gracias por ayudarla —le dijo Jennifer a Alex. —Cuando me contó lo que hizo Ricardo, quería llamar a la policía.
—Yo también —admitió Alex. —Pero Tasha quiere mirar hacia adelante. Respeto eso.
Subimos mis cosas a la Casa de Huéspedes, que ya estaba cálida. Tenía chimenea, una pequeña cocina y una oficina diminuta.
—Esto es más grande que mi apartamento —dijo Jennifer. —¿Y te pagan por vivir aquí?
—Me pagan por trabajar con Regina —corregí. —La vivienda es parte del arreglo.
—Claro —dijo Jennifer, escéptica. —¿Y él no es nada atractivo?
—¡Jennifer! —siseé, mirando hacia la puerta.
—Solo digo, amiga, caíste parada. Literalmente te caíste de un coche y aterrizaste en un cuento de hadas navideño.
—No es así.
—Tal vez no todavía —dijo Jennifer, con un guiño.
Cuando Jennifer se fue, desempaqué. Colgué mi ropa, ordené mis libros. A través de la ventana, podía ver la mansión principal.
Regina tocó a la puerta con algo envuelto. —Te hice un regalo para tu casa nueva —anunció.
Dentro había un dibujo coloreado con esmero. Tres figuras de palitos: Papi, Regina y Tasha. Estaban paradas frente a una casa con un sol gigante.
—Es hermoso —dije, con la garganta anudada.
—Esa eres tú, y esos somos nosotros, y estamos todos juntos —explicó Regina. —Porque ahora eres parte de nuestra familia.
Esa noche, sentada junto a mi propia chimenea, sentí que la humillación se alejaba. El dolor por Ricardo y su madre se sentía distante. Había encontrado un trabajo, un propósito, y gente que genuinamente se preocupaba por mi bienestar.
Quizás, solo quizás, Jennifer tenía razón. Tal vez había caído en un cuento de hadas. Pero a diferencia de los cuentos, este se sentía real. La bondad era real. La oportunidad era real.
Toqué el dibujo de Regina. Parte de una familia.
Podría construir algo aquí. Algo bueno, algo duradero. Todo lo que tenía que hacer era aceptarlo. Aceptar la ayuda, la esperanza y la posibilidad de algo mejor. Por primera vez desde la muerte de mis padres, sentí que tenía un hogar.
CAPÍTULO 5: El Arquitecto de Sueños (La Nueva Rutina)
Enero llegó frío y resplandeciente. Llevaba dos semanas con los Castellanos, y la rutina se había establecido con la precisión de un reloj suizo. Las mañanas comenzaban con el desayuno en la casa principal. Doña Chelo siempre tenía café humeante y algo caliente. Alex aparecía despeinado y con lentes de lectura, luciendo más joven y accesible que en su traje de empresario. Regina, siempre con atuendos creativos, rebotaba de emoción.
—¡Tasha, mira lo que hizo Doña Chelo! ¡Hot cakes mágicos!
—Todos los hot cakes son mágicos, niña —decía Doña Chelo con su humor seco, aunque sus ojos mostraban cariño.
Después del desayuno, yo tomaba el control de las actividades educativas de Regina.
Los lunes y miércoles llegaba la tutora de música, Clare Hoffman, para las lecciones de piano. Los martes y jueves, el Maestro Park, que le enseñaba español básico y coreano. Los viernes eran de arte con Devon Wright, aunque poco a poco yo empecé a encargarme de esas sesiones.
Las tardes eran variadas: experimentos científicos con la supervisión estricta de Doña Chelo en la cocina, lectura en la biblioteca o paseos por los jardines de la hacienda. Tomás, el encargado de los terrenos, era un hombre mayor, amable, que nos enseñaba sobre la flora y la fauna local.
Hoy era lunes. Regina se aburría con las escalas.
—¿Y si jugamos al “Juego de las Cinco Escalas”? —sugerí. —Cada escala perfecta, ganas un punto. Cinco puntos, y escoges la siguiente canción que aprenderemos.
Regina se iluminó. La competencia funcionó. Al final, Clare me felicitó. —Eres buena con ella. Regina se distrae si no está comprometida.
—Solo necesita un buen motivo —respondí.
Por la tarde, mientras Regina tomaba su siesta, me perdí en la sección de Historia del Arte de la biblioteca. Alex había dicho que podía usar cualquier libro. Estaba sumergida en un volumen de pintura renacentista cuando Alex apareció.
—Disculpa —dijo. —No interrumpo, ¿verdad?
—No, está bien. Regina está durmiendo.
Alex se sentó. Había cambiado su ropa informal por una camisa y pantalón de trabajo, aunque su corbata estaba floja. —Estaba pensando —dijo, dubitativo. —¿Cómo estuvo la mañana?
—Muy bien. Ella me preguntó sobre mi casa antigua.
—¿Y fue incómodo? —preguntó Alex, preocupado.
—En absoluto. Es curiosa. Y tiene buen instinto sobre la gente.
—Lo tiene —dijo Alex. —A veces demasiado. Me preguntó ayer si estabas triste. Le dije que te estabas curando. Ella me corrigió: “No, Papi. Ahora. ¿Tú la estás poniendo triste por trabajar demasiado y dejarla sola conmigo?”
Parpadeé. —¿Ella dijo eso? ¿Cinco años y ya piensa así?
—Cinco y medio, y sí. Pero me hizo pensar. ¿Te estamos agobiando? Acabas de pasar por un trauma. Si necesitas un día libre, tiempo para ti, por favor, tómalo.
—Estoy bien, Alex. De verdad. La estructura me ayuda. Tener responsabilidades me evita pensar en aquello.
—Aun así. El domingo es completamente libre. Duerme. Ve a la ciudad si quieres. Doña Chelo y yo podemos con Regina un día a la semana. Es parte del trabajo. No quiero argumentos.
Nos quedamos en un silencio cómodo. Luego, Alex volvió a hablar, con más reserva. —¿Por qué no presentaste cargos contra tu ex y su madre?
—Quiero avanzar, no retroceder. Involucrar a la policía significa reportes, abogados. Mantener la herida abierta. Quiero que se termine.
—Lo entiendo —dijo Alex. —Pero no deberían quedar impunes.
—Tal vez no lo queden. Jennifer me ha mantenido informada. La gente en la ciudad está dudando de la historia de Ricardo. Las consecuencias sociales a veces son peores que las legales.
Alex asintió lentamente. —Mientras sea tu elección, y no solo lo más fácil.
—Es mi elección —le aseguré. —Por primera vez en meses, estoy tomando decisiones que son realmente mías.
Llegó el miércoles, y Alex se fue a la ciudad. Llamó a las 9:00 a.m.
—¡Estamos bien, Papi! Estamos haciendo volcanes con el Maestro Park —dijo Regina, rodando los ojos.
La mesa de la cocina estaba cubierta de bicarbonato y vinagre.
—En español, decimos experimento —dijo el Maestro Park, divertido.
Por la tarde, pasamos al arte. Yo planeé una lección sobre colores primarios. Ambas terminamos con pintura en la ropa.
—Eres buena en esto —dijo Regina, mirando mi pintura. —¿Eras artista?
—Estudié historia del arte. Aprendí sobre arte. Pero recogí algunas nociones.
—¿Me enseñas más? No solo lo que enseñan los tutores.
—Si quieres —dije, conmovida. —Me encantaría.
Esa noche, cuando Alex regresó, me encontró preparando té en la cocina. Se veía cansado, pero satisfecho.
—¿Cómo te fue?
—Productivo. Invertimos en una startup de energía renovable. ¿Y aquí? ¿Algún desastre?
—Ninguno. Un volcán exitoso, pinturas excelentes. Y Regina me pidió que le enseñara más sobre arte.
Alex sonrió. —Se ha encariñado contigo.
—El sentimiento es mutuo —admití. —Es una niña muy especial.
—Lo es. Gracias, por cierto.
—¿Por qué?
—Por ser exactamente lo que necesitábamos. Has traído algo de vuelta a esta casa que hacía falta. Alegría. Liviandad. Regina no había estado tan feliz desde antes de que Elizabeth muriera.
Sentí un calor en el pecho. —Me alegra. Ella merece ser feliz.
—Tú también —dijo Alex en voz baja. —Espero que tú también estés encontrando felicidad aquí.
—Lo estoy —dije con honestidad. —Más de lo que esperaba.
Nuestras miradas se encontraron y sostuvieron por un momento. Algo indefinido, pero significativo, pasó entre nosotros. Luego, Alex carraspeó. —Bueno, debería revisar documentos. Buenas noches, Tasha.
Caminé de regreso a la Casa de Huéspedes. Había algo en los ojos de Alex, algo cálido y complicado. Pero probablemente estaba imaginando cosas. Él era mi empleador.
Me dormí pensando en su sonrisa y en el abrazo de buenas noches de Regina. Esta vida que estaba construyendo, simple como era, se sentía real.
CAPÍTULO 6: El Fantasma de la Pasado (Ricardo Vuelve)
Febrero trajo corazones de papel y decoraciones de San Valentín, cortesía de Regina. Tasha se había adaptado completamente. Sabía las rutinas de Regina y las preferencias de Alex. Se sentía como familia, aunque yo era cuidadosa de no cruzar la línea. Era un trabajo, no algo permanente.
Una tarde de martes, mientras Regina estaba en una cita de juegos, yo catalogaba libros en la biblioteca. Necesitaba mantener mi mente ocupada para no pensar en el dinero que ya estaba ahorrando, mi boleto de regreso a la independencia.
Doña Chelo apareció en la puerta, con una expresión tensa.
—Hay alguien en la reja preguntando por usted —dijo en voz baja. —Un hombre. Dice llamarse Ricardo Guzmán.
Me congelé. ¿Ricardo? ¿Aquí? ¿Cómo me había encontrado?
—Tomás llamó desde seguridad. ¿Le digo que no está?
Mi corazón latió con furia. Quería esconderme. Quería colgar. Pero también sentía una necesidad visceral de enfrentarlo.
—Voy a hablar con él —dije. —¿Puedo usar el intercomunicador de seguridad?
Doña Chelo me guio a la oficina de Alex. El monitor mostró la imagen de la reja. Allí estaba Ricardo, con un abrigo caro, pero inquieto, frío, un fantasma de mi vida pasada.
Tomé el teléfono. —¿Qué quieres, Ricardo?
Su cabeza se levantó, buscándome en la cámara. —Tasha, gracias a Dios. Necesito hablar contigo.
—No tenemos nada que hablar.
—Por favor —dijo, y sonó sinceramente patético. —Cometí un error terrible. El peor de mi vida. Solo dame cinco minutos.
—Me dejaste en la carretera para que me congelara. No te mereces cinco minutos.
—Lo sé. Sé que hice algo imperdonable, pero estoy tratando de enmendarlo. Mi madre se equivocó, y yo me equivoqué al escucharla.
—¿Cómo me encontraste? —pregunté, mi voz temblando.
—Jennifer mencionó que estabas con los Castellanos. Busqué la dirección. Tasha, por favor. He estado llamando a tu número. Bloqueaste. Dame una oportunidad.
—Te doy cinco minutos. Quédate en la reja. Yo voy.
Colgué. Doña Chelo me miró con preocupación. —Voy a llamar al señor Alejandro. Querrá saber.
No protesté. Me puse el abrigo y caminé por el largo camino de entrada hacia la reja.
Ricardo me esperaba. Se veía incómodo, forzado.
—Tasha, te ves bien, saludable.
—¿Qué quieres, Ricardo?
—Quiero disculparme. Quiero explicar. Mi madre me convenció de que habías mentido. Entré en pánico. Pero me di cuenta de algo. —Se acercó a los barrotes. —No importa el dinero. Te amo, Tasha. Eso es lo importante.
—¿Amor? —repetí, un tono frío que me sorprendió a mí misma.
—Podemos estar bien juntos de nuevo. La gente comete errores. ¿No merezco perdón?
Lo miré. Hace un mes, tal vez habría dudado. Pero ahora, segura, valorada, vi a Ricardo claramente. No estaba arrepentido de haberme lastimado. Estaba arrepentido de que hubiera aterrizado mejor de lo que él imaginó. Jennifer debió haber mencionado la Hacienda Los Fresnos y Alex, y Ricardo había hecho su cálculo.
—No me quieres de vuelta —dije en voz baja. —Quieres lo que crees que puedo conseguir ahora. Escuchaste que trabajo para un multimillonario y pensaste en intentarlo de nuevo.
—¡Eso no es cierto! —protestó, pero sus ojos se desviaron. —Bueno, sí, sé que te quedas aquí, pero eso no es lo principal. Te extraño.
—Extrañas la idea de lo que pude haber sido para ti. Dinero o conexiones. Pero ese no soy yo, Ricardo. Nunca lo fui.
—Tasha, por favor…
—No —dije con firmeza. —Tuviste tu oportunidad y la tiraste. Literalmente, me tiraste. No te daré otra.
Su expresión se endureció. El falso arrepentimiento se desvaneció.
—Estás cometiendo un error, Tasha. ¿Crees que esta situación es permanente? Eres la sirvienta, Tasha. Una niñera glorificada. Eventualmente se cansarán de ti y no tendrás nada.
—Tal vez —dije. —Pero esa es una elección que me corresponde a mí, no a ti. He aprendido lo que valgo, Ricardo. Y es más de lo que jamás estuviste dispuesto a dar.
Me di la vuelta para marcharme.
—¡Te vas a arrepentir! —gritó detrás de mí. —Cuando estés sola de nuevo, sin dinero y sin perspectivas, recordarás que te ofrecí una segunda oportunidad.
No miré atrás. Caminé con la cabeza alta, mi corazón latía, pero mi resolución era firme. Detrás de mí, escuché el coche de Ricardo marcharse.
Tomás estaba cerca de la caseta de vigilancia. Asintió con aprobación. —Bien hecho, señorita Tasha. Ese hombre no es bueno.
En la casa principal, encontré a Alex en su oficina. Se levantó de inmediato.
—Doña Chelo me dijo. ¿Estás bien?
—Estoy bien —dije. —Quería disculparse. Dijo que quería volver. Dije que no.
—Bien —dijo Alex con firmeza. —Eso requirió coraje.
—Se sentía necesario. Intentó que dudara de mí. Sugirió que era tonta por quedarme aquí. Pero no lo soy, ¿verdad?
—Ni un poco —me aseguró Alex. —Estás exactamente donde debes estar.
Nos miramos por un largo momento. Luego Alex sonrió levemente.
—Regina llegará pronto. Querrá mostrarte el San Valentín que te hizo. Advertencia: tiene mucha brillantina.
Reí, sintiendo que la tensión se liberaba. —Me prepararé.
Esa noche, sentada en mi cabaña, me sentí aliviada. El mes pasado, la visita de Ricardo me habría destrozado. Ahora, solo sentía una claridad absoluta. Él me había mostrado su verdadera naturaleza. Y yo había elegido mi valor por encima de su miedo.
CAPÍTULO 7: Desear un Para Siempre (La Confesión)
La primavera llegó, derritiendo la nieve y trayendo consigo el verde. Regina cumplió seis años en marzo. La celebración fue pequeña, pero llena de alegría. Al soplar las velas, el deseo declarado de Regina fue: “Que Tasha se quede para siempre.”
La abracé y le dije que me quedaría mientras ella me quisiera. Pero la palabra “siempre” me quedó sonando en la cabeza. Llevaba tres meses con los Castellanos. Tres meses de estabilidad y rutina, de sentirme necesitada.
Pero sabía que era temporal. Un trabajo. Yo había ahorrado la mayor parte de mi generoso salario, preparándome para el inevitable regreso a mi independencia. En unos meses, tendría suficiente para un depósito.
Pero la idea de irme me oprimía el pecho. Me había apegado a Regina. A la casa. Incluso a Alex, aunque intentaba no pensar demasiado en lo que significaba ese apego.
—¿Un peso por tus pensamientos? —preguntó Alex, asustándome.
—Solo pensaba en lo rápido que pasa el tiempo. Tres meses desde Nochebuena. Parece más y menos a la vez.
—Lo sé —dijo Alex, sentándose a la mesa. —Regina crece muy rápido.
—Es increíble. Has hecho un trabajo increíble con ella.
—Hemos hecho un trabajo increíble —me corrigió Alex, con dulzura. —Has sido una influencia muy positiva. Es más segura, más comprometida. Le diste algo que yo no podía.
—¿Qué cosa?
—Un modelo femenino presente y constante. Doña Chelo es maravillosa, pero es personal. Regina necesitaba a alguien que pudiera ser maestra y amiga. Te has convertido en eso para ella.
Alex hizo una pausa, su voz volviéndose cautelosa.
—Me preguntó ayer por qué no puedes ser su nueva mamá.
Mi respiración se detuvo. —¿Ella qué?
—No es la primera vez que lo menciona. Ayer preguntó directamente: “¿Por qué Tasha no puede ser mi mamá?”
—¿Qué le dijiste?
—Que las familias son complicadas. Que eres nuestra amiga y trabajas con nosotros, pero eso no te hace su madre. Aceptó la explicación. Pero luego preguntó si algún día podrías serlo.
—Alex, yo…
—No es solo imaginación —dijo Alex en voz baja. —Ella genuinamente te quiere. Y honestamente, yo también.
Nuestras miradas se encontraron de nuevo. Mi corazón latía desbocado.
—Como mi empleador —añadió rápidamente. —Como alguien agradecido por lo que has hecho por mi hija. Espero que no sea inapropiado.
—No lo es —dije, aunque mi voz sonó extraña.
Los pasos de Regina rompieron el momento. Apareció en pijama. —¿Podemos ver una película de cumpleaños?
—Claro —dijo Alex, poniéndose de pie. —Ve a escogerla. Ya vamos.
Alex y yo nos quedamos en la cocina, la electricidad de la conversación aún en el aire.
—Debería irme —dije. —Darles tiempo familiar.
—Quédate —dijo Alex. —Si quieres. Ya eres parte de la noche.
Vacilé, luego asentí.
Vimos la película. Regina se quedó dormida, su cabeza cayendo naturalmente sobre mi hombro. Alex la cargó y la subió a su habitación. Lo esperé en la sala.
Regresó unos minutos después. Se sentó cerca de mí.
—¿Es solo un trabajo? —preguntó Alex, su voz suave y directa.
—No lo sé. ¿Qué más podría ser?
—Creo que lo sabes —dijo Alex, acercándose. —Creo que los dos lo sabemos, pero le estamos dando vueltas porque es complicado y potencialmente desordenado.
—No estoy pidiendo nada —dije.
—Solo estoy reconociendo lo que está pasando. Me importas, Tasha. Más que la compañera de Regina. Has traído luz a esta casa, a mi vida. Y creo que tú también sientes algo. ¿Me equivoco?
—No te equivocas —admití. —Pero es complicado. Trabajo para ti. Hay un desequilibrio de poder. ¿Y qué pasa con Regina si no funciona? Ella es la que saldría herida.
—Todas son preocupaciones válidas —aceptó Alex. —Por eso no estoy forzando nada. Pero tampoco quiero fingir que no hay nada aquí. Pasé dos años sintiéndome vacío. Tú cambiaste eso.
—No quiero ser un reemplazo de tu esposa —dije con cuidado.
—No lo eres —dijo Alex con firmeza. —Eres completamente tu propia persona. Solo digo que me has hecho sentir vivo de nuevo.
—¿Entonces qué hacemos?
—Vamos despacio —dijo Alex. —Somos honestos. Priorizamos el bienestar de Regina por encima de todo. Y vemos qué sucede de forma natural, sin presionar.
—Eso suena razonable.
—¿Suena a algo que quieres?
Tomé aire. —Sí. Me asusta, pero sí.
La sonrisa de Alex fue cálida y genuina. —Bien. Porque Regina no es la única que quiere que te quedes para siempre. Aunque quizás apuntemos a un largo tiempo primero y veamos cómo va eso.
Reí. —Puedo trabajar con un largo tiempo.
Esa noche, caminé a mi cabaña con la cabeza dando vueltas. ¿Había aceptado salir con mi jefe multimillonario, el padre de la niña que ya amaba? Se sentía surrealista y emocionante.
Pero el miedo seguía ahí. La voz que decía: no confíes.
Pero había otra voz, más fuerte: te lo mereces. Te ganaste esta oportunidad.
CAPÍTULO 8: La Ceremonia del Para Siempre (La Boda)
Abril trajo lluvia, flores y un cambio tentativo en la dinámica. Los pequeños toques se hicieron más frecuentes. Las conversaciones más largas. Regina, siempre perceptiva, sonreía más y dibujaba a su “familia” con tres figuras.
Un sábado por la tarde, hicimos un picnic en el jardín, cerca del pequeño estanque. Alex y yo nos sentamos bajo un sauce, mientras Regina alimentaba a los patos.
—¿Qué quieres a largo plazo? —preguntó Alex.
—Honestamente, no lo sé. Creí que sabía lo que quería: matrimonio, estabilidad. Pero todo se basaba en una mentira. Ahora, tal vez quiero enfocarme en la educación. En enseñar arte a los niños.
—Eres muy buena en eso —dijo Alex.
—Tasha —dijo Alex, su voz grave. —Necesito decir algo. No puedo seguir dándole vueltas.
—Dime.
—Te has vuelto esencial para nuestras vidas. Para la felicidad de Regina, sí, pero también para el ambiente de esta casa. Has traído alegría y una sensación de corrección que se perdió cuando Elizabeth murió. Y para mí, has hecho algo que no creí posible.
—¿Qué cosa?
—Me has hecho querer un futuro de nuevo. No solo existir por Regina, sino esperar lo que viene.
Mi garganta se cerró.
—Sé que es complicado —continuó. —Pero te quiero profundamente. Y creo que tú también me quieres.
—Te quiero —admití en voz baja.
—Entonces, aquí está mi pregunta. —Alex tomó mi mano, cálido y firme. —Considerarías hacerlo permanente? No solo como compañera y maestra, sino como parte de nuestra familia de una manera real, oficial.
—¿Me estás pidiendo lo que creo que me estás pidiendo?
—Te estoy pidiendo si estás dispuesta a construir un futuro con nosotros. Tomándonos nuestro tiempo, haciendo esto bien, pero con la intención de que sea para siempre.
Las lágrimas me picaron. —No tienes que hacer esto por obligación.
—No lo hago. Lo hago porque cuando pienso en el futuro, te veo en él. Cuando Regina habla de sus sueños, estás ahí. Cuando imagino esta casa en cinco o diez años, eres parte del cuadro.
—¿Y si me equivoco? —pregunté, con la voz quebrada.
—Entonces lo resolvemos juntos. Eso es lo que hacen las familias.
Miré a Regina, acostada en el pasto, observando a los patos. El afecto me inundó.
—La amo —dije en voz baja. —Se ha vuelto una parte importante de mi vida.
—Ella te ama. Me dijo que la haces sentir segura y feliz.
—¿Y yo cómo te hago sentir a ti?
Alex sonrió. —Esperanzado. Vivo. Como si pudiera volver a ser una persona completa.
—Así me haces sentir a mí también —admití. —Después de Ricardo, creí que estaba rota. Que nunca volvería a confiar.
—¿Entonces es un sí? —preguntó Alex. —¿Te quedarás, no solo por un trabajo, sino por nosotros?
Las lágrimas cayeron, pero sonreía. —Sí. Sí, me quedo. Quiero construir algo real contigo y con Regina.
Alex tomó mi mano. —Gracias.
—¡Papi! ¡Tasha! —gritó Regina desde el estanque. —¡Miren! ¡Los patitos bebés están aprendiendo a nadar!
Nos levantamos, las manos unidas, y caminamos hacia ella. Regina nos miró, sus ojos se abrieron al ver nuestras manos.
—¿Están tomados de la mano? —preguntó, su voz temblaba de emoción.
—Lo estamos —confirmó Alex.
—¿Eso significa que van a estar juntos? ¿Cómo juntos?
—Si a ti te parece bien —dije. —Tu papá y yo tenemos sentimientos y queremos ver a dónde van.
Regina se lanzó a abrazarme. —¡He estado deseando esto por siempre! ¡Te vas a quedar!
—Me quedo —prometí.
—Entonces es para siempre —declaró Regina.
El verano llegó y con él, la certeza. En agosto, Alex, Regina y yo fuimos de vacaciones a la costa. Una noche, sentados en la playa viendo el atardecer, Alex me habló de nuevo.
—Creo que estoy listo para hacerlo oficial. No solo vivir juntos, sino comprometidos. Casados.
—¿Es una propuesta? —pregunté, con el corazón latiendo.
—Todavía no. Es una pre-propuesta. Quiero asegurarme de que estamos en la misma página.
—Quiero casarme contigo —dije. —Quiero que Regina tenga una madre que la ame. Quiero construir una vida juntos.
—Yo también te quiero —dijo Alex, abrazándome. —Cambiaste todo para nosotros.
Al regresar a la cabaña, le dimos la noticia a Regina.
—¡¿DE VERDAD?! ¡¿No solo hablando de ello, sino haciéndolo?!
—Haciéndolo —confirmó Alex.
—¡Me caso! —chilló Regina, abrazándome. —¡Quiero ser la dama de honor! ¡Y puedo ayudar a planear!
La boda se planeó sin estrés. Pequeña, íntima. En los jardines de la Hacienda Los Fresnos. Solo familia y amigos cercanos.
Jennifer sería mi dama de honor. Doña Chelo se encargaría del catering.
En octubre, con el clima perfecto de otoño, llegó el día.
Entré al jardín donde Alex y Regina esperaban. No había nadie para “entregarme”, porque me estaba entregando a mí misma.
El oficiante comenzó: —Nos reunimos hoy para celebrar no solo la unión de dos personas, sino la creación de una familia.
Los votos de Alex me hicieron llorar. —Tasha, hace seis meses llegaste a mi reja con un vestido roto, y no sabía que te convertirías en la persona más importante de mi vida, además de mi hija. Tú nos salvaste a nosotros también.
Mis votos fueron un testimonio de gratitud. —Alex, cuando me encontraste, yo me había rendido. Pensé que mi vida había terminado. Tú me enseñaste que estaba equivocada. Me dejaste enamorarme de tu hija, y me enamoré de ti. Prometo ser la pareja que mereces, la madrastra que Regina necesita.
—¡Los declaro marido y mujer!
Alex me besó, y la pequeña multitud aplaudió. Regina soltó un grito de alegría que hizo reír a todos.
—¡Se casaron! ¡Somos una familia de verdad ahora!
—Siempre fuimos una familia —dijo Alex, levantándola en sus brazos. —Esto solo lo hace oficial.
Más tarde, mientras bailábamos, me dijo: —¿Cómo te sientes?
—Como si estuviera soñando. Como si esto no pudiera ser real.
—Es real —me aseguró. —Estás atascada con nosotros ahora.
—La mejor decisión que he tomado —respondí.
Al final de la noche, sentados en la Cabaña, juntos por última vez en ella antes de mudarme a la casa principal con ellos, miramos las estrellas.
—Ricardo dijo que terminaría sola y arrepentida —dije en voz baja.
—Se equivocó por completo —dijo Alex, abrazándome. —Su pérdida se convirtió en mi ganancia.
Pensé en la Nochebuena. La traición, el frío, el vestido rasgado. Lo que parecía un final, fue el comienzo. La novia rechazada no solo había sobrevivido, sino que había encontrado su verdadero hogar, su verdadero valor y su verdadera familia.
Y eso, pensé, era el mejor cuento de hadas de todos. El fin
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